top of page
gonzaloistari

Pachuli para despertar

Actualizado: 13 nov 2023


Me lo crucé una tarde fría de agosto. Estaba impecable, vestido de radiante blanco, parecía iluminado cenitalmente por un ángel que no podía más que admirar su belleza y querer mostrársela al mundo. Yo, en cambio, caminaba despreocupado, con mi buzo negro gastado, incapaz de convencer a nadie de su color de nacimiento, un gorro de lana verde y negro, del que se escapaban jirones de pelo desesperados por respirar libertad. Aplastando el gorro, unos auriculares que gritaban con la voz prestada de Santiago Motorizado. Lo vi y quedé hipnotizado, detuve mi marcha y el único movimiento que supo hacer mi cuerpo fue rotar sobre su propio eje para seguirlo con la vista. Él siguió su paso sin inmutarse, sin notar que yo lo veía embelesado y con ganas de conocerlo. Cuando ya se había alejado unos cuatro pasos, su aroma se hizo presente. Nunca fui muy de los olores, siempre creí que era mi sentido menos desarrollado, el más dormido; pero el viento arrastró su perfume hasta mí y despertó a mi olfato de una larga y tonta siesta. El aroma a pachuli penetró a través de mis fosas nasales y mi cerebro se puso contento. Mis ojos se cerraron sin pedirme permiso, sólo para que el olfato se terminase de desperezar. Esa tarde de agosto lo conocí y lo perdí. Porque cuando mis ojos se abrieron, él ya no estaba. Su perfume empezaba a desaparecer en el aire, como cacao mezclado en demasiada leche, su rastro comenzaba a dejar de existir. Lo busqué con la mirada, desesperado. Pregunté a varios transeúntes si habían visto a un chico de aspecto angelical, muy guapo, casi perfecto, todos me miraron extrañados, algunos negaron con la cabeza sin siquiera detenerse.


El frío se hizo más intenso, y en mi regreso a casa, lloré. Lloré de impotencia, porque durante toda mi vida había perdido cosas, personas, afectos, oportunidades. Había sufrido perdiendo lo que había aprendido a querer…pero esta vez era distinto, esta vez era letal: el destino me mostraba lo que yo quería y antes de poder disfrutarlo aunque sea un poco, me lo arrebataba de un plumazo. Yo era un nene con hambre al que un pollito al horno con papas le pasaba bailando por al lado, y al querer tocarlo con su mano escuálida, se desvanecía. Eso no está bien. Quiero lo que me mostraste, destino. Quiero mi pollito al horno con papas… no importa si no están bien doraditas, lo quiero igual. Soy vegetariano y lo quiero igual, porque sé que es para mí.


Mis lágrimas seguían cayendo sobre las baldosas rotas de mi barrio. Mi mente no paraba de pensar incoherencias, como que tal vez, ese chico podría seguir mi camino de lágrimas y encontrarme, a lo “Hansel y Gretel”. ¿Se llamará Hansel ese chico? ¿Cuál era el nene y cuál la nena? Mi cerebro es tan disperso, a veces.

¿El pachuli me había dejado así de disperso? ¿Era pachuli o era otro tipo de hierba?


Llego a casa y abro la puerta, triste, con la cara brillante y pegajosa por las lágrimas. Cierro con llave y me lanzo a mi cama, queriendo olvidar todo lo que pasó, queriendo olvidar ese rostro perfecto, rusamente blanco y de tajante armonía.

- Olvidate, olvidate, olvidate.

- No puedo dormir.

- Contá ovejas.

- Eso es estúpido, nunca funciona.

- Probá.

Pruebo. Me pongo a contar ovejas. 1, 2, 3, 4, … -Pará, ¿las ovejas tienen que saltar una cerquita de madera? ¿O tienen que saltar un charco de agua? ¿Qué es lo que tienen que hacer las ovejas? ¿Sólo pasar por delante, tipo extra de tv… o tienen que hacer algo más tipo bolo calificado?

- Callate y contá.

- Estoy contando, estoy contando lo que me pasó esa fría tarde de agosto.

- No, eso no… Ovejas. Contá ovejas.

- Está bien. Las voy a hacer saltar una cerquita, así tengo la sensación de que son felices alcanzando su preciada libertad y sin que las hagan parrillada.

- Contá, dale, no te disperses y contá lo que tenés que contar, vas a dormirte en la número 13.

- ¿En la 13?

- En la 13.

- ¿Por qué?

- Porque la 13 es la última a la que vas a llegar. Contá.

- 5, 6, 7…Pará, ¿tengo que empezar desde la 1 otra vez?

- Cuando llegues a la 13 vas a soñar con él, con el pibito piola, el que te voló la peluquita como a un Playmóbil viejo de articulaciones gastadas.

- 8,9,10, 12, 13. Me quedé dormido…eso o me desmayé. Me saltée un número para llegar a verlo un segundo antes. Lo último que recuerdo es la oveja 13, igual de inexpresiva que la 12 y que las otras diez. Ninguna valoró su libertad realmente. Que las hagan parrillada, que las hagan pulóveres y polainas de mal gusto.


Suena la alarma del celular. ¿Por qué puse un tema de Rosalía como tono de alarma? ahora siento que detesto esa canción.

Mi otro yo tenía razón, soñé con el pibe, pero no lo recuerdo.

Me desperezo, pienso en las poquísimas ganas que tengo de empezar el día. Me doy cuenta de que tengo una erección y mi desgano crece, qué paja esperar a poder ir al baño a mear. Me quedo echado, esperando. Mi otro yo no me habla. Imbécil, cuando lo necesito para distraerme no aparece. Mi estómago gruñe y recuerdo que anoche volví tan triste que ni cené.

- Ya va, panza…esperá un poco.

Las ganas de orinar se intensifican y me provocan ardor.

- Ya va, vejiga... esperá un poco.

Mientras sigo esperando yo también, mi olfato percibe algo… algo como floral, algo que me es conocido. Alguna hierba extraña. ¿Saphirus de yerba mate? ¿Pachuli?, ¿Podría ser acaso…?

Salgo de la cama dando un salto inverosímil, como Noelia Pompa revoleada por Piquín en el Bailando por un Sueño. Me guía el olor intenso que pone contento e hiperactivo a mi cerebro.

- Ya va, cerebro… esperá un poco.

Llego a la sala y lo veo, pachuli en mano. Es él, me encontró. Es Hansel. Es Hansel y es Gretel…y es todo comestible como la casita… y es mío.

Mi corazón golpea las paredes de mi tórax torpemente, como un baterista principiante que, aunque no tiene técnica, tiene ganas. Me acerco lento y sin mirar, guiado por mi olfato recién despierto y tan erecto como yo.

Ya va, corazón… esperá un poco.


8 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page